LOS NIÑOS SOLDADOS DE SIERRA LEONA

La utilización de niños-soldado es el grado más extremo de explotación infantil. Afganistán, Colombia, Myanmar, Sri Lanka, Uganda y Nepal, entre otros países, emplean a menores como espías, combatientes, centinelas o esposas a la fuerza en el caso de las niñas.

En la mayoría de las guerras actuales se reclutan niños para usarlos como soldados. En la actualidad, combaten niños y niñas en 17 países, en las filas de grupos armados no estatales, en ejércitos nacionales y en milicias vinculadas al gobierno.

 

Los niños participan en casi todos los aspectos de la guerra: como espías, centinelas, vigilantes, cocineros, porteadores y, a menudo, como combatientes en el frente de batalla. Las filas de niños-soldado incluyen niñas de apenas ocho años reclutadas por la guerrilla en Colombia, muchachos adolescentes amenazados con ir a la cárcel si se niegan a enrolarse en el ejército estatal birmano y niños utilizados en atentados suicidas en Afganistán e Irak. Por lo general, a estos niños se les priva de la asistencia a la escuela, se les separa de sus familias y se ven sumidos en una existencia agotadora y violenta.

 

Se desconoce el número exacto de niños-soldado en todo el mundo, pero son seguramente muchas decenas de miles. Aunque por lo general se asocian más con conflictos en países de África, pueden encontrarse niños-soldado en prácticamente todas las regiones. Por ejemplo, en la actualidad hay niños combatiendo en Colombia, Irak y seis países de Asia (Afganistán, Myanmar, India, Indonesia, Filipinas, Sri Lanka y Tailandia).

 

Los principales responsables del reclutamiento de niños-soldado son los grupos armados clandestinos, que son los más numerosos. Docenas de estos grupos emplean niños, entre ellos los Tigres Tamiles de Sri Lanka, el Ejército de Resistencia del Señor (LRA, en sus siglas en inglés) de Uganda, y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Pero los grupos rebeldes no son ni mucho menos los únicos que utilizan niños. Según datos de la Coalición para Acabar con el Uso de niños-soldado, en la actualidad nueve Estados emplean niños en la guerra, entre ellos Myanmar, Chad, República Democrática del Congo (RDC), Somalia, Sudán y Uganda. Al menos, 14 Estados apoyan también milicias o grupos de defensa civil que utilizan niños-soldado.

 

 

Una tendencia positiva en años recientes es que a medida que terminaban los conflictos y se alcanzaban acuerdos de paz en países como Sierra Leona, Liberia y Angola, se desmovilizaron decenas de miles de niños-soldado. De hecho, la Coalición calcula que en los últimos cuatro años, el número de conflictos en los que hay niños implicados ha descendido de 27 a 17. Sin embargo, en lugares donde los conflictos se han extendido, como Darfur (Sudán), Somalia, Irak o Chad, el número de niños reclutados y empleados durante los enfrentamientos también ha aumentado.

Por qué los niños se convierten en soldados

Aunque pueda parecer ilógico que a los ejércitos o a los grupos armados les interesen los niños, algunos comandantes los buscan activamente por su inmadurez o su vulnerabilidad. Muchos creen que los niños cumplen las órdenes con más facilidad que los adultos, y su adoctrinamiento es más sencillo. Es posible que los niños estén más predispuestos a asumir riesgos en combate si no comprenden las consecuencias de lo que se les pide que hagan. Si no han tenido oportunidad de aprender a discernir entre lo que está bien y lo que está mal, tal vez estén más dispuestos a cometer atrocidades.

 

A los niños también se les valora porque pueden desempeñar determinados cometidos con más destreza que los adultos. Por ejemplo, a menudo se les utiliza como informantes o mensajeros, porque los mandos creen menos probable que despierten sospechas que los adultos. En Sri Lanka, los Tigres Tamiles han utilizado niñas en atentados suicidas, ya que atraviesan los controles del ejército sin ser detectadas.

 

A los niños se les recluta de muy diversas maneras. En algunos casos se emplea la fuerza y se les obliga a cumplir las órdenes con amenazas de muerte. Otros se unen a los grupos armados por desesperación. Cuando la sociedad se viene abajo a causa de un conflicto, los niños no pueden ir más al colegio, y se ven expulsados de sus hogares o separados de sus familias. Muchos se unen a los grupos armados convencidos de que así tienen más oportunidades de sobrevivir. Algunos se unen porque quieren formar parte de una causa y creen que luchan por su pueblo. Otros buscan vengarse de las atrocidades perpetradas contra su familia o su comunidad. Y a algunos les mueve la categoría o el atractivo que da el uniforme, un arma de fuego o los incentivos económicos.

 

En el norte de Uganda, el LRA lleva 20 años combatiendo contra el gobierno del país. El grupo tiene aterrorizada a la población civil y ha cometido atrocidades. Puesto que carece de apoyo popular, el LRA ha raptado a miles de niños para llenar sus filas, arrancándolos de los hogares, de los colegios y de los campamentos de desplazados. Algunas fuentes creen que entre un 85 y un 90 por cien de los soldados del LRA fueron secuestrados durante su infancia. El grupo emplea tácticas brutales para exigir obediencia, y obliga a los niños a cometer atrocidades para romper los lazos con sus comunidades de origen, y matar a otros niños por desobedecer las órdenes o tratar de escapar. A lo largo de 20 años, el LRA ha secuestrado a más de 30.000 niños. En algunos momentos, el reclutamiento era algo tan habitual que cada noche miles de niños abandonaban su casa, caminando largas distancias para dormir en una aldea más segura o en las ciudades, antes que arriesgarse a ser raptados durante las batidas nocturnas del LRA. Estos niños se conocen como “desplazados nocturnos”.

 

Un estudio de la organización Save the Children sobre los niños afectados por la guerra, en el que se preguntaba a niños en edad escolar si habían sido secuestrados, da una idea de hasta qué punto está extendido el reclutamiento infantil en el norte de Uganda. En lugar de contestar que “no”, muchos decían conmovedoramente “todavía no”.

 

El reclutamiento forzoso es también habitual en Myanmar, donde se cree que está el mayor número de niños-soldado del mundo. A menudo los reclutadores del ejército estatal apresan muchachos en lugares públicos, como estaciones de autobús y tren, mercados y teterías. Los reclutadores usan la coerción y las amenazas para obligar a los jóvenes a alistarse, a menudo diciéndoles que, si se niegan, les espera la detención y la cárcel. Los agentes civiles han descubierto también que los niños pueden ser un negocio lucrativo: las oficinas de reclutamiento ofrecen pagos en metálico y otros incentivos por cada nuevo soldado, aunque sea menor de 18 años, la edad mínima de reclutamiento legal. En un estudio reciente, Human Rights Watch (HRW) entrevistó a un niño reclutado a la fuerza a los 11 años, a pesar de medir sólo 1,30 metros y pesar menos de 31 kilos.

 

En algunos casos, los abusos de las fuerzas gubernamentales inducen a los niños a unirse a los ejércitos de la oposición. En Sri Lanka, los Tigres Tamiles llevan más de dos décadas luchando contra el gobierno. Aunque a muchos niños los obligan y los coaccionan para que se unan a sus filas, otros se presentan voluntarios porque consideran que es su deber unirse a la lucha por un Estado independiente para la minoría étnica tamil, o porque han sido testigos de los abusos contra los derechos humanos cometidos por las fuerzas gubernamentales contra miembros de su familia. Por ejemplo, HRW entrevistó en 2004 a un muchacho de Sri Lanka que se había unido a los Tigres Tamiles a los 16 años. La razón era que el ejército había quemado la casa y violado a las mujeres de su barrio. “Nos torturaron”, declaraba. Aunque los acontecimientos que describía habían ocurrido cuando él era muy pequeño, influyeron en su decisión de unirse a los Tigres Tamiles años después.

 

A los niños también los reclutan mediante el adoctrinamiento. En Nepal, antes del acuerdo de paz de 2006, los rebeldes maoístas reclutaron miles de niños durante el conflicto armado con el gobierno. Los maoístas solían visitar los colegios rurales para presentar programas culturales que incluían canciones, bailes y discursos. En estos discursos, los maoístas les decían a los niños que combatían “por el pueblo” y contra la corrupción, y que todos tenían que apoyarlos. Durante una investigación efectuada por HRW en 2006, un muchacho de 16 años explicaba que los maoístas habían empezado a ir a su colegio cuando él tenía 13 años, en sexto, y se habían presentado casi todos los días durante tres años. Cuando estaba en noveno, de sus 50 compañeros de clase, 45 se habían unido ya a los maoístas. Contaba que él también había decidido unirse. Los discursos le habían impresionado y se había sentido influido “por lo que decían de combatir por el pueblo”.

 

 

En Colombia, los incentivos económicos han inducido a muchos niños a unirse a los grupos armados. Por ejemplo, algunos grupos paramilitares relacionados con las fuerzas de seguridad estatales pagaban a los jóvenes reclutas un salario mensual de varios cientos de euros, con primas por misiones especiales. Niños ex paramilitares entrevistados por HRW afirmaron que se habían enrolado principalmente por el dinero.

 

Por ejemplo, Leonel, un joven que se enroló cuando tenía 14 años, contaba: “Cuando salía del colegio trabajaba de ayudante en una panadería. Era un trabajo duro y mal pagado. Después trabajé en el campo, pero también era duro, y al final me uní a los paramilitares. Tenía amigos dentro. Me pagaban 80 euros al mes. Parecía una vida más fácil”.

La realidad de los niños-soldado

La vida de un niño-soldado no es fácil. La formación militar es agotadora, con largas horas de entrenamiento físico, instrucción con armamento, a veces sin suficiente comida o descanso. Por lo general, a los niños pequeños les cuesta mucho mantener el ritmo durante los ejercicios.

 

Una niña de Sri Lanka relataba a HRW: “La instrucción es muy difícil. No les importa que llueva o haga sol. Si estás demasiado cansado y no puedes seguir, te dan una paliza. Una vez, poco después de enrolarme, me mareé. No podía seguir y pedí que me dejasen descansar. Me contestaron: ‘Somos los Tigres. No puedes descansar’. Y luego me golpearon”.

 

Los niños descubren enseguida que, una vez enrolados, no pueden cambiar de idea sin más y dejarlo. En la mayoría de los ejércitos y grupos armados, el castigo por escapar es brutal. En Birmania, a los muchachos capturados al intentar desertar del ejército estatal normalmente se les devuelve al campamento y se les obliga a permanecer tumbados boca abajo delante de toda la compañía de reclutas. Después, cada miembro de la compañía –unos 250 en total– es obligado a ponerse en fila y golpear una vez a la víctima con una vara. A los que no golpean con suficiente contundencia también los apalean.

 

En Colombia, los niños que intentan escapar de las FARC pueden ser ejecutados, en especial si huyen con un arma. Los muchachos atrapados se enfrentan a un “consejo de guerra”, donde todos los miembros de la compañía participan en lo que en esencia constituye un juicio a uno de los miembros. A mano alzada se decide si al niño hay que ejecutarlo o debe recibir una sentencia más leve. Otras infracciones que pueden tener como resultado la pena de muerte son: quedarse dormido durante la guardia, entregar o perder un arma, ser un delator y consumir en exceso drogas o alcohol. En algunos casos, los muchachos que intentan defender al acusado son los elegidos para apretar el gatillo.

 

Los deberes de un niño-soldado pueden variar considerablemente. No todos son combatientes. Algunos son centinelas o vigilantes, mensajeros o espías. A otros los utilizan para transportar suministros durante los movimientos de la tropa o para ayudar en la cocina. Algunos reciben formación como enfermeros o incluso para puestos administrativos. La mayoría ejecuta múltiples tareas. Algunos empiezan de cocineros y porteadores, pero enseguida les dan armas y se espera de ellos que participen en la lucha.

 

En combate, los niños están expuestos a los mismos peligros que cualquier soldado, e incluso corren más riesgo, ya que su menor tamaño corporal hace que a menudo las heridas sean más mortales. Nadie sabe a ciencia cierta cuántos niños han muerto en la guerra. En el cálculo que se efectuó en la década de los noventa sobre los Tigres Tamiles muertos en combate, el resultado fue que entre el 40 y el 60 por cien de los combatientes muertos tenía menos de 18 años. Muchos niños-soldado supervivientes han contemplado la mutilación o la muerte de otros compañeros y se han visto obligados a matar. En algunos casos, son forzados a cometer atrocidades contra miembros de su familia o comunidad.

Combatientes y esposas

 

Para las niñas, las cargas pueden ser incluso mayores que para los niños. El estereotipo del niño-soldado es un muchacho africano con un AK-47 pero, de hecho, un número considerable son niñas. Un estudio sobre los conflictos ocurridos entre 1990 y 2003 descubrió que había niñas participando en conflictos armados en 38 países, y que en 34 de ellos eran combatientes de hecho. En países como Uganda, Colombia, Sri Lanka y otros, las niñas componen entre un 30 y un 40 por cien de las fuerzas de combate.

 

Las niñas llevan a cabo las mismas tareas que los niños, y en la mayoría de los países eso supone portar armas y participar en los combates. Pero a muchas las explotan también sexualmente. En el norte de Uganda, las niñas secuestradas por el LRA son obligadas a convertirse en “esposas” de los mandos y sometidas a repetidas violaciones, expuestas a enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados. De acuerdo con algunos cálculos, hay más de 3.000 hijos de muchachas esclavizadas sexualmente por el LRA.

 

En Sierra Leona, donde se calcula que 12.000 de los niños-soldado durante la guerra civil eran niñas, un estudio descubrió que a todas las que declaraban que su principal función era la de “combatiente” las habían obligado también a ser esposas. Por ejemplo, el Frente Unido Revolucionario (RUF, en inglés) capturó a una niña llamada Miata cuando tenía 12 años. La escogieron para ser “esposa” cautiva de uno de los mandos de menor graduación y pronto se quedó embarazada. Incluso mientras estaba embarazada, se le exigía que luchase y participó en combates hasta el séptimo mes de embarazo.

 

Las consecuencias de ser niño-soldado son profundas. A menudo los niños son separados de sus familias durante largos periodos de tiempo, y carecen de la socialización familiar y comunitaria de la mayoría. El trato brutal y la exposición a la violencia les causan dificultades emocionales y psicológicas. Los orientadores que trabajan con ellos explican que los ex niños-soldado sufren trastornos del sueño, problemas alimenticios, ansiedad y temor por el futuro y por sí mismos. Muchos de ellos padecen pesadillas recurrentes sobre sus experiencias.

Por lo general la educación de los niños-soldado se ve interrumpida. Tras perder años de colegio, tienen problemas para volver a la escuela después de dejar la vida militar. En algunos países, las elevadas tasas escolares hacen inasequibles los colegios para un niño-soldado.

 

Sin preparación civil ni enseñanza, el reto inmediato para muchos niños-soldado es ganarse la vida. Esta preocupación es mayor aún en el caso de las niñas-soldado, que a menudo regresan con bebés.

 

 

Se necesitan urgentemente programas de rehabilitación y reintegración para estos niños. Precisan ayuda para localizar a su familia, recibir asistencia médica, volver a la escuela o recibir formación profesional, encontrar un lugar para vivir y ser aceptados de nuevo en su comunidad natal. También necesitan adultos que los ayuden.

Desarme, desmovilización y rehabilitación

En los últimos años, decenas de miles de niños se han desmovilizado de las fuerzas y los grupos armados a medida que terminaban los conflictos y se alcanzaban acuerdos de paz en países como Sierra Leona, Liberia y Angola. En otros, como Colombia y Afganistán, a pesar de que el conflicto persista, hay en marcha programas de rehabilitación para ayudar a los niños que abandonan las fuerzas y los grupos armados.

 

Sin embargo, los programas son demasiado escasos y a menudo ofrecen poca ayuda. En Myanmar, prácticamente no hay programas para ex niños-soldado, e incluso se les pide a las ONG que operan al otro lado de la frontera, en Tailandia, que proporcionen estos servicios. En la RDC, la Coalición para Acabar con el Uso de niños-soldado informaba que la mala planificación, la mala gestión y la escasa financiación habían dejado casi a la mitad de los 30.000 ex niños-soldado sin ayuda para la reinserción cuatro años después de que se pusiera en marcha el programa Desarme, Desmovilización y Reinserción (DDR).

 

Las niñas tienen más probabilidades de quedar excluidas de los programas de desmovilización. Es posible que se las pase por alto porque no ocupan los puestos de combate más visibles, o que se muestren reacias a solicitar ayuda por el estigma de ser asociadas con los grupos combatientes y la explotación sexual que a menudo las acompaña. En Sierra Leona, cientos de niñas quedaban fuera de los programas de desmovilización y permanecían con sus captores rebeldes. En la RDC, miles de niñas participaron en los diversos grupos armados, pero un programa de desmovilización para 1.000 niños sólo incluía a nueve niñas.

 

La falta de inversión en rehabilitación y reinserción supone mayores costes para la sociedad en el futuro, ya que los ex niños-soldado recurren a la delincuencia o se unen a otros grupos armados. Por ejemplo, en Liberia, muchos niños-soldado que combatieron en la década de 1990 recibieron programas de rehabilitación de corta duración, pero volvieron a enrolarse en grupos armados en la segunda fase de la guerra cuando se les acabó la ayuda.

 

Los niños pueden ser arrestados o capturados durante los combates. Unas veces los liberan de inmediato o los asignan a un programa de rehabilitación, pero otras empieza para ellos un nuevo capítulo de sufrimiento.

 

En diversos países, a los niños sospechosos de estar implicados con grupos armados los detienen de manera arbitraria y a veces los torturan. Por ejemplo, en Nepal, niños sospechosos de participar en actividades maoístas han permanecido detenidos durante meses en cumplimiento de las leyes antiterroristas. Algunos declaran que les tapaban los ojos, los esposaban y eran interrogados y golpeados de manera habitual.

 

En Irak, el ejército de Estados Unidos ha arrestado y detenido desde 2003 a unos 2.400 niños acusados de constituir “amenazas imperiosas contra la seguridad”. Aproximadamente 500 de ellos permanecían todavía encarcelados en mayo de 2008. En Israel, cientos de niños palestinos permanecen detenidos. También siguen encarcelados como sospechosos de ser combatientes niños de Myanmar, Burundi, RDC, India y Filipinas.

 

A lo largo de la pasada década, una serie de iniciativas han abordado la cuestión de los niños-soldado, mediante el refuerzo de las leyes internacionales, obligando a los distintos bandos en conflicto a renunciar a las prácticas de reclutamiento infantil, y responsabilizando a los perpetradores.

 

Hace sólo 10 años, seguía siendo legal en el Derecho Internacional reclutar a niños de sólo 15 años y enviarlos a combate. En la década de los noventa, los gobiernos reconocieron que esa edad era demasiado baja y empezaron a negociar un nuevo criterio internacional. En 2000, las Naciones Unidas, apoyada por una campaña dirigida por la Coalición para Acabar con el Uso de niños-soldado, adoptó un tratado internacional que establece la edad de 18 años para cualquier participación directa en las hostilidades, para cualquier reclutamiento o conscripción forzosos, y para cualquier captación de reclutas por parte de grupos armados no estatales. Permite a los ejércitos estatales alistar a voluntarios a partir de 16 años, pero sólo para ocupar puestos que no impliquen su participación en los combates y con ciertas salvaguardias. El tratado obliga también a los Estados a proporcionar rehabilitación y ayuda para la reinserción a los ex niños-soldado.

 

Hasta la fecha, 120 países han ratificado el tratado. Algunos también han enmendado su legislación nacional para elevar la edad de reclutamiento voluntario. Entre los países que lo han firmado recientemente se encuentran Chile, Italia, Jordania, Maldivas, Sierra Leona, Eslovenia y Corea del Sur.

 

En la última década se ha presenciado un avance real en el establecimiento de responsabilidad penal individual por el reclutamiento y utilización de niños-soldado. La persecución más activa de los casos de reclutamiento infantil se ha dado en el Tribunal Especial para Sierra Leona. El uso de niños-soldado se incluía en las actas de acusación contra los nueve procesados por el tribunal, entre los que se encontraban dirigentes de las Fuerzas de Defensa Civil, del Consejo Revolucionario de las Fuerzas Armadas y del RUF, y el ex presidente liberiano Charles Taylor. En 2007, cuatro de los acusados fueron condenados por este delito, y ahora cumplen penas de cárcel de hasta 50 años. Se trata de las primeras sentencias condenatorias pronunciadas por un organismo judicial internacional por el delito de utilizar niños-soldado.

 

La Corte Penal Internacional, establecida en 1998 para juzgar casos de genocidio, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad se esfuerza también para llevar ante la justicia a quienes reclutan a niños. El reclutamiento y el uso de niños menores de 15 años es un crimen de guerra, de acuerdo con la jurisdicción del tribunal. La primera persona llevada ante el tribunal es Thomas Lubanga, de RDC. Lubanga está acusado de enrolar y reclutar a la fuerza a niños y obligarlos a participar activamente en el conflicto en Ituri, al este del país. En la actualidad permanece detenido en La Haya, en espera de juicio.

 

Con estos cambios, ya hay comandantes que están siendo procesados por reclutar niños-soldado. A medida que avancen los juicios, se emitan las sentencias y se conozcan estas causas, estos procesamientos mandarán un claro mensaje a los reclutadores de que pueden pagar con su libertad el reclutamiento de niños.

El Consejo de Seguridad de la ONU presta cada vez más atención al asunto, y ha solicitado a la secretaría general varios informes que determinen qué gobiernos y grupos armados en concreto emplean a niños-soldado, en lo que constituye una violación del Derecho Internacional.

 

El Consejo de Seguridad ha manifestado que estudiará el establecimiento de sanciones –entre ellas prohibiciones de viaje y embargos de armas– contra los grupos que estén en la lista y recluten a niños. En 2006, estableció un grupo de trabajo encargado específicamente de considerar los atentados contra los niños en situaciones de conflictos armados, y creó un mecanismo dentro de la ONU para vigilar e informar sobre el reclutamiento infantil y otros abusos contra los niños en una docena de países. En algunos casos, este control ha tenido éxito. Por ejemplo, la presión del Consejo de Seguridad ha llevado a los grupos armados de Costa de Marfil a adoptar medidas para poner fin al uso de niños-soldado en ese país. Las amenazas de sanciones contra los Tigres Tamiles de Sri Lanka también han contribuido a reducir significativamente los casos declarados de reclutamiento infantil en 2007.

 

Los gobiernos pueden desempeñar también una función importantísima para poner coto a la utilización de niños-soldado. Por ejemplo, pueden establecer que la ayuda militar a otros países esté condicionada por las iniciativas para acabar con la utilización de niños-soldado. Un caso de éxito es el acuerdo alcanzado por Reino Unido en 1999 con el gobierno de Sierra Leona, por el que se comprometió a proporcionar una ayuda de 10 millones de libras para fomentar la estabilidad y la reconciliación en el país. Una de las condiciones que el gobierno británico exigía al presidente Ahmad Tejan Kabbah era que las fuerzas armadas o los grupos paramilitares de Sierra Leona no emplearían a niños.

 

Más tarde, en 1999 y 2000, HRW proporcionó al gobierno británico información referente al reclutamiento infantil por ambas fuerzas armadas. En ambos casos, el gobierno le planteó el asunto a Kabbah, y se tomaron medidas para poner fin a la utilización de niños.

 

El gobierno de Francia presionó al gobierno de Chad en 2007 para que firmase con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) el compromiso de desmovilizar a los niños de las fuerzas armadas del país. Otros ejemplos incluyen la legislación adoptada por el Parlamento belga en 2003 que prohibía la venta de armas a ejércitos que usen niños-soldado, y una medida de 2007 del Congreso de EE UU para limitar la ayuda militar a los gobiernos que empleen a niños-soldado o apoyen a milicias que los usen. En la actualidad, ocho gobiernos implicados en la utilización de niños-soldado reciben ayuda militar estadounidense, entre ellos Chad, Sri Lanka y Uganda. La disposición estadounidense sólo tenía vigencia durante un año, pero se están preparando leyes para convertirla en una medida permanente.

 

Estas medidas son alentadoras y reflejan un empeño a escala mundial por poner fin al uso de niños-soldado que hace 10 años ni siquiera existía. Pero el impacto inmediato sobre el terreno sigue siendo lento, y la terrible realidad es que a diario se sigue reclutando a niños y muchas decenas de miles de menores siguen combatiendo en conflictos armados.

 

Para acabar con la utilización de niños-soldado hacen falta medidas más estrictas. Los gobiernos no pueden confiar sin más en los tribunales internacionales para obligar a responder a los reclutadores de niños, sino que deben también juzgarlos en los tribunales nacionales. El Consejo de Seguridad no puede amenazar sólo con dictar sanciones contra los transgresores, sino que debe estar dispuesto a establecer de hecho embargos de armamento, restricciones de viaje y otras sanciones contra los responsables de reclutar niños. Los gobiernos no pueden contentarse con condenas ocasionales, deben aplicar toda su capacidad de influencia política, diplomática y de otro tipo –incluida la ayuda militar– para insistir en que se cumplan las leyes internacionales.

 

A escala local, también puede hacerse más para proteger a los niños. Los más vulnerables al reclutamiento son los pobres, que se han visto desplazados de sus hogares y separados de sus familias, y que no asisten al colegio. Los esfuerzos por mantener a los niños con sus familias y proporcionarles educación y opciones de subsistencia pueden reducir la probabilidad de que se unan a un grupo armado.

 

 

La utilización de niños-soldado no es inevitable.

 

Si los gobiernos, la ONU y las comunidades locales reúnen la voluntad y los recursos necesarios pueden poner fin a esta explotación infantil extrema. Con el reconocimiento de que son seres humanos, de sus derechos y de su potencial, también se puede ayudar a los ex niños-soldado a reintroducirse en la sociedad civil y a labrarse una nueva vida.

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